Ahora
que mi hijo juega en su habitación y que yo escribo en la mía me pregunto si el
hecho de escribir no será la prolongación de los juegos de la infancia. Veo que
tanto él como yo estamos concentrados en lo que hacemos y tomamos nuestra
actividad, como a menudo sucede con los juegos, en la forma más seria. No
admitimos interferencias y desalojamos inmediatamente al intruso. Mi hijo juega
con sus soldados, sus automóviles y sus torres y yo juego con las palabras. Ambos,
con los medios que disponemos, ocupamos nuestra duración y vivimos un mundo
imaginario, pero construido con utensilios o fragmentos del mundo real. La
diferencia está en que el mundo del juego infantil desaparece cuando ha
terminado de jugarse, mientras que el mundo del juego literario del adulto, para
bien o para mal, permanece. ¿Por qué? Porque los materiales de nuestro juego
son diferentes. El niño emplea objetos, mientras que nosotros utilizamos signos.
Y para el caso, el signo más perdurable que el objeto que representa. Dejar la
infancia es precisamente reemplazar los objetos por sus signos.
Julio
Ramón Ribeyro, Prosas apátridas, Seix Barral, p. 60.
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