Comúnmente, nuestras peticiones al celebrar la llegada de un nuevo año, suelen abrazar sueños, metas y objetivos que cumplir. Con enorme entusiasmo, empecé a recorrer el camino dos mil veinte. Empecé a forjar las herramientas para cumplir mis proyectos, prometí hacer todo cuanto de mi dependa para poder realizarlos uno a uno. Cuando estaba en marcha, llegó una pandemia de la que poco o nada sabía hasta ese momento.
Entenderán
que una de las cosas que normalmente disfruto es la música. A la fecha, asistí
a cuanto recital he podido, quizás a no a todos los que hubiese querido, sin
embargo, ver a mis bandas favoritas en escena, siempre fue un propósito. Así
las cosas, en este año tenía programado un itinerario variado que comenzaba con
una banda emblemática del rock mundial. Yo, me encontraba preparado y listo
para mi viaje.
Quien
objetó mi travesía fue mi madre. Por esos días, la rara enfermedad ya estaba en
algunas regiones. Los contagiados se incrementaron rápidamente con el paso de
los días. La preocupación era razonable, subir a un avión acarreaba un riesgo,
no solo para el pasajero, sino también para su familia. Se especulaba bastante
respecto a un posible Estado de Emergencia Nacional, especulaciones que se
hicieron realidad cuando el presidente lo anunció oficialmente mediante un
mensaje a la nación.
Al
día siguiente todo era incierto. Nadie sabía que pasaría con sus viajes
programados, con sus trabajos, con sus ingresos, con sus deudas, con sus alimentos,
con sus vidas. Poco a poco el gobierno fue dando las reglas del juego, la
recomendación indispensable y más exigente era no salir de casa.
En
los días siguientes, traté de informarme al detalle de la enfermedad, de los
riesgos al contraerla, de lo que podía hacerse, de lo que no. Ciudadanos en las
calles se encargaron de mostrarnos ejemplos de comportamiento, buenos y malos. Con
la mirada perdida, concluí que serían días difíciles. Pronto en casa, con la familia,
teníamos que implementar las medidas de desinfección de los productos que venían
de fuera, el protocolo de entrada y salida, el frecuente lavado de manos, el
uso recurrente de todas las medidas de salubridad para evitar un contagio.
Debo confesar
que nunca imaginé todo lo que se fue viendo, poco a poco, hasta ahora. Presuntamente,
mi localidad fue una de las últimas en contaminarse con el virus. De manera
extraña y con el pasar de los días, la enfermedad fue llegando a límites
insostenibles, aceleradamente. Hoy, la inoperancia de algunas autoridades de
turno y la negligencia de las anteriores llevó nuestro sistema de salud a un
colapso ineludible. Dentro de las instituciones los actos de corrupción están a
la orden del día. Fuera de ellas, el acaparamiento y el sobrecosto de las
medicinas, por personas inescrupulosas, es inaudito. Todos sacando provecho por
donde mejor les convenga, en tiempos de crisis.
Lamentablemente,
familiares y amigos cercanos se infectaron con este virus. Algunos de ellos
superaron el terrible malestar, luchando incansablemente. Algunos están en
aislamiento, procurando mejoría, por ellos ruego siempre. Algunos lastimosamente y con mucha pena, debo advertir, ya se fueron, no pudieron resistir más, de ellos guardo el recuerdo grato,
pensando que donde quiera que hoy se encuentren, en forma de ángeles, protejan
a los suyos.
Esta
enfermedad ha puesto nuestra sociedad, a prueba. Momentos de peligro inminente
que desafían nuestra empatía, nuestra solidaridad, nuestro afecto. También nos demuestra,
que tenemos mucho que aprender de quienes hacen un enorme sacrificio. Aprender
de la amiga que en llanto me contó su impotencia, al no encontrar quien le
ayude a entregar víveres a las familias en pobreza extrema, pese a ello, días después,
dios puso a las personas correctas en su camino y pudo llevar la ayuda que
tanto quería dar. Aprender también de mis amigos médicos y demás profesionales ligados a la salud pública que, aunque agotados,
con una vocación de servir, están al frente, en primera línea, al igual que mi
novia, que forma en esas filas y de quien
estoy muy orgulloso. Aprender de todo aquel que haya sentido miedo –algo natural-
y que, pese a ello, se haya expuesto, por vivir del día a día y tener una
responsabilidad generosa, un gran corazón en estos días, difíciles y
complicados.
Hoy pienso mucho en mi familia, como pensó mi madre al desaprobar el viaje del que les hablé en un principio. Pensemos en aquellas plegarias que queremos, se cumplan más que nunca, en el bienestar, en la salud, en aquellas cosas que se piden y no dependen de uno mismo, sino de quien guía nuestro destino.
Si
llegaste hasta esta parte de la lectura, permíteme hacerte saber que quiero que
te cuides mucho, que cuides a tu familia, a tus seres amados. Suelo quedarme despierto por las noches, analizando todo
lo que pasa, poniéndome en escenarios diferentes y mirando todo con optimismo. Has lo mismo si las circunstancias que hoy vives son adversas. Hoy, más
consiente de mis actos, aprendí a valorar cada momento, aprendí que despertar
es una nueva oportunidad. Descubrí nuevas cosas explorando
actividades distintas, descubrí que la vida en verdad es corta y debemos
valorarla, descubrí que el tiempo no sobra, por eso hay que aprovecharlo al máximo.
Eso es cuestión de perspectiva.
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