Esta
historia es la continuación de “El Mesero del Sinatra” …
Sí, el padre de Marcelo era un escritor. Durante el día
se dedicaba a refaccionar artefactos antiguos, durante las noches se sentaba en
su viejo escritorio a la luz de una pantalla, aquella lámina opaca de metal que
lo acompañaba desde que Marcelo tenía uso de razón; ahí su padre compaginaba muchas
de las hojas de papel que había escrito.
Durante el último año de existencia de su padre –antes
de su accidente-, Marcelo lo recuerda riéndose solo en su escritorio, lo
recuerda exclamar: “Sobre ellas, yace la más
grande historia que haya escrito” todo hacía pensar que preparaba algo
grande, tal vez una novela, lo recuerda leyendo lo que alguna vez ya había escrito,
lo recuerda digitando ferozmente una vieja máquina de escribir que para la época
ya se encontraba obsoleta.
Marcelo también recuerda que, por esos días, su padre desapareció
durante casi veinte horas, no lo encontraba en ningún lugar, hasta que buscó en
el bar “Cordano”, lugar del cual
alguna vez le había hablado. Esa noche, mientras Marcelo regresaba con su padre
en el taxi, lo escuchó pronunciar con una voz enérgica: “Ya está hijo. Solo es cuestión de tiempo para que el mundo conozca el
poder de mi pluma que con muy poco, hizo mucho”. Tres meses después, su
padre murió. Fue un fatídico sábado 19 de febrero, mientras regresaba a casa después
de trabajar, atropellado en la Av. Abancay por un vehículo particular, el conductor
se dio a la fuga y con la demora de la ambulancia el viejo escritor murió antes
de llegar al nosocomio.
Marcelo puso la carta de la editorial “Éxodo” que había
encontrado, en su mochila, estaba dispuesto a buscar la novela de su padre,
aquella obra que nunca su autor llegó a recoger, que nunca vio impresa, que
nunca vio la luz, aquella historia negada por el destino y que yace en los
archivos de una imprenta sabrá dios en qué condiciones, esperando que alguien
la ponga en una estantería, el lugar en el que hubiese soñado verla su autor.
Antes de dormir, Marcelo se atrevió a revisar los
viejos manuscritos de su padre, los respetaba mucho, sin embargo, esa noche los
leyó en parte:
(…)
En
abril, hace ya unos 40 años, mientras me encontraba en el salón de clase
retraído ante la algarabía de mis compañeros, yo no estaba muy cómodo. Siempre
fui muy solitario, actitud de la cual hoy me arrepiento pues nunca compartí
nada con nadie. Como de costumbre y por mi comportamiento dentro de la escuela,
la silla de mi costado estaba desocupada. Al sonar el campanazo de ingreso
todos nos acomodamos en nuestros pupitres, la maestra ingresó al salón de
clases, de sus manos la cogía una niña. Noelia llegó a mi vida para quedarse
siempre.
(…)
Es
curioso como la inocencia se da lugar en nuestras vidas para marcarlas con
recuerdos de nunca olvidar. La inocencia siempre te hace creer lo increíble,
soñar lo imposible, confiar en quien no debes, hacer cosas que guiado por la
inexperiencia y la poca madurez, terminan marcándote por el resto de tus días. Si
la inocencia te hace confiar en quien no debes, la traición está de por medio y
esa fue la enfermedad que adquirieron mis amigos.
(…)
Sus
padres cuentan que antes de salir, discutieron, ella siempre hizo lo que quiso,
ella era rebelde decían, lo peor fue que yo siempre fui testigo de esa actitud,
siempre convenimos hacer las cosas diferentes. Si hubiera sabido que su
rebeldía seria la causa de su muerte, nunca se lo hubiese permitido. Por esas actividades
libertinas. Hoy, después de haberla conocido estoy al frente de su féretro. Hoy,
algo me obliga a tener que expresarme este día, antes de su entierro.
(…)
Los escritos de su padre le parecieron melancólicos y
tristes. Después de leer esos tres textos, tan desaventurados y trágicos, se
imaginaba que la novela de su padre seria más de lo mismo, sin embargo, a Marcelo
eso no le importaba, él debía sincerarse, su objetivo era lucrar con la obra de
su padre, pero no indebidamente. Marcelo quería cumplir su sueño de estudiar
derecho, ayudar a su madre, contribuir con la educación de Rodrigo (8) y Carlos
(15), sus hermanos, y que solo con un poco de suerte, su padre vuelva a ser el
sustento familiar después de muerto.
A la mañana siguiente, al terminar de asistir a su
madre –sin decir nada de la novela perdida de su padre- y antes de ir al “Sinatra”,
Marcelo se dirigió hacia la editorial “Éxodo”. El bus lo dejó a unas cuantas
cuadras, “Es momento que el mundo conozca
el poder de tu pluma y ver si con muy poco, hiciste mucho, papá”, pensó
mientras caminaba al referido lugar.
¿Y qué sucede después?
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