viernes, 14 de septiembre de 2018

EL MESERO DEL SINATRA





Esta historia es la continuación deAdiós Escritor” …

Mientras cae la noche, Marcelo termina de recoger las últimas mesas que ha servido; es tarde y “El Sinatra” ya está cerrado. Al quitarse el delantal y dejar su tableta de anotaciones, despide a todos sus compañeros de trabajo. Caminando hacia el paradero para abordar el bus que lo llevaría hasta su destino, reflexiona sobre lo tristes que son las calles de su ciudad un domingo por la noche. Marcelo siempre cuenta con esos tiempos muertos en los que puede pensar y meditar sobre su futuro y la vida, sin embargo, aquellos pensamientos tan fructuosos siempre entran en conflicto con preocupaciones cotidianas; en aquella batalla tan incesante que yace en su cabeza siempre resultan triunfantes las soluciones improvisadas que planifica una tras otra sin dar lugar a su anhelo que poco a poco se va desvaneciendo, ser abogado.

Marcelo vive con su madre y sus hermanos Rodrigo (8) y Carlos (15). Su padre falleció en un accidente de tránsito. Por su precaria situación laboral lo único que heredaron de él fueron deudas. Todas las mañanas asiste a su madre en la venta de desayunos a los funcionarios del “Ministerio de Relaciones Exteriores”, por las tardes trabaja en “El Sinatra”. Marcelo se ha convertido en parte del sustento familiar, un jefe de hogar forzado indispuesto de asumir tal responsabilidad por los asares del destino. Es consiente que no puede abandonar a su madre, es consiente que su hermanos lo necesitan; sin embargo, eso le fastidia, eso le incomoda. Marcelo es consiente que no puede estar ocupando su tiempo soñando en defender las causas justas, no puede estar soñando despierto con ser un abogado, no puede disponer del poco dinero que gana siendo mesero en “El Sinatra”.

Al llegar a su casa, Marcelo no quiere conversar con nadie, pensar en sus sueños frustrándose siempre lo ponen de mal humor. Prende la televisión, están dando las noticias, “Muere escritor de un balazo a quemarropa”, decía un titular. Marcelo se pone a pensar que tan cruel puede ser el destino, aquel que no contento con premiarlo al convertirlo en un promiscuo jefe de familia se encarga de eliminar a artistas que realizan sus sueños contando historias, así como eliminó a su padre.

Apaga la televisión, se viste, sale de su casa y se dispone a caminar, el silencio y la oscuridad son los únicos testigos de su osado recorrido, prende un cigarrillo, piensa en su quincena que recibirá y no verá. A lo lejos los amantes ocupan las bancas del parque Bryce. Al llegar al parque, piensa en Bryce, piensa en su mejor obra, “Un mundo para Julius”, piensa en la muerte del padre de Julius, piensa en su padre, piensa en la muerte de su padre, piensa en una serie de eventos que ocasionaron su partida de este mundo, piensa en lo duro que fue ver una injusticia, una muerte inmerecida.

Mientras acaba su tercer cigarrillo observa a un grupo de chicos acercándose con mochilas y cuadernos en los brazos, deben ser universitarios, piensa. Cuando los jóvenes se aproximan a la banca ocupada por Marcelo, cruzan el camino y van por el frente, lo habrán confundido con un ladronzuelo, en Lima deben tomar sus precauciones. Marcelo se siente culpable por haber salido encapuchado. Su barba lo hace meditar en el look poco amistoso que lleva encima.

Al regresar a casa, piensa en los universitarios, piensa que si vivían por su casa y estudiaban derecho tal vez en un mundo paralelo él se encontraría en ese grupo y no sentado en un parque. Esa noche terminaría por darse cuenta que no puede abandonar las aspiraciones que obra dentro de su ser. Está a punto de cumplir 22 años, no quiere alejarse más de sus sueños, quiere empezar a cumplirlos ¡Necesito un plan de acción! se dice a sí mismo.

Ya en su habitación, decide revisar los viejos escritos de su padre, aquellos papeles que heredó por fuerza mayor, estaban dentro de una caja de zapatos, los había sacado del escritorio de su padre. Desde su muerte, hace unos tres años Marcelo no había escrito nada en esa mesa, ahora la utilizaba para poner su televisor.

Mientras Marcelo lee los manuscritos, encuentra una carta de la editorial “Éxodo”. La carta estaba dirigida a su padre. En ella, la editorial se disculpaba por la demora en la edición de una novela que presuntamente había presentado, así también le comunicaban que a partir del lunes 21 de febrero podría pasar a recoger la novela editada. Después de eso entendió que su padre nunca recogió su novela pues murió dos días antes.

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