Esta historia es la continuación de
“Adiós Escritor” …
Marcelo
vive con su madre y sus hermanos Rodrigo (8) y Carlos (15). Su padre falleció
en un accidente de tránsito. Por su precaria situación laboral lo único que
heredaron de él fueron deudas. Todas las mañanas asiste a su madre en la venta
de desayunos a los funcionarios del “Ministerio de Relaciones Exteriores”, por las tardes trabaja en “El Sinatra”. Marcelo
se ha convertido en parte del sustento familiar, un jefe de hogar forzado
indispuesto de asumir tal responsabilidad por los asares del destino. Es
consiente que no puede abandonar a su madre, es consiente que su hermanos lo
necesitan; sin embargo, eso le fastidia, eso le incomoda. Marcelo es consiente
que no puede estar ocupando su tiempo soñando en defender las causas justas, no
puede estar soñando despierto con ser un abogado, no puede disponer del poco
dinero que gana siendo mesero en “El Sinatra”.
Al
llegar a su casa, Marcelo no quiere conversar con nadie, pensar en sus sueños
frustrándose siempre lo ponen de mal humor. Prende la televisión, están dando
las noticias, “Muere escritor de un
balazo a quemarropa”, decía un titular. Marcelo se pone a pensar que tan
cruel puede ser el destino, aquel que no contento con premiarlo al convertirlo
en un promiscuo jefe de familia se encarga de eliminar a artistas que realizan
sus sueños contando historias, así como eliminó a su padre.
Apaga
la televisión, se viste, sale de su casa y se dispone a caminar, el silencio y
la oscuridad son los únicos testigos de su osado recorrido, prende un
cigarrillo, piensa en su quincena que recibirá y no verá. A lo lejos los amantes
ocupan las bancas del parque Bryce. Al llegar al parque, piensa en Bryce, piensa
en su mejor obra, “Un mundo para Julius”,
piensa en la muerte del padre de Julius, piensa en su padre, piensa en la
muerte de su padre, piensa en una serie de eventos que ocasionaron su partida
de este mundo, piensa en lo duro que fue ver una injusticia, una muerte
inmerecida.
Mientras
acaba su tercer cigarrillo observa a un grupo de chicos acercándose con mochilas
y cuadernos en los brazos, deben ser universitarios, piensa. Cuando los jóvenes
se aproximan a la banca ocupada por Marcelo, cruzan el camino y van por el
frente, lo habrán confundido con un ladronzuelo, en Lima deben tomar sus precauciones.
Marcelo se siente culpable por haber salido encapuchado. Su barba lo
hace meditar en el look poco amistoso que lleva encima.
Al regresar
a casa, piensa en los universitarios, piensa que si vivían por su casa y
estudiaban derecho tal vez en un mundo paralelo él se encontraría en ese grupo y
no sentado en un parque. Esa noche terminaría por darse cuenta que no puede
abandonar las aspiraciones que obra dentro de su ser. Está a punto de cumplir 22
años, no quiere alejarse más de sus sueños, quiere empezar a cumplirlos ¡Necesito
un plan de acción! se dice a sí mismo.
Ya
en su habitación, decide revisar los viejos escritos de su padre, aquellos
papeles que heredó por fuerza mayor, estaban dentro de una caja de zapatos, los
había sacado del escritorio de su padre. Desde su muerte, hace unos tres años
Marcelo no había escrito nada en esa mesa, ahora la utilizaba para poner su
televisor.
Mientras
Marcelo lee los manuscritos, encuentra una carta de la editorial “Éxodo”. La carta
estaba dirigida a su padre. En ella, la editorial se disculpaba por la demora
en la edición de una novela que presuntamente había presentado, así también le
comunicaban que a partir del lunes 21 de febrero podría pasar a recoger la
novela editada. Después de eso entendió que su padre nunca recogió su novela
pues murió dos días antes.
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