martes, 3 de marzo de 2020

EL PERÚ SEGÚN JULIO VERNE



Todo amante de la literatura, sin duda ha tenido que zambullirse en el mundo de Julio Verne, un francés que, por sus numerosas novelas e historias, vanguardistas y surrealistas, es catalogado como el padre de la ciencia ficción.

No fue fácil para Verne dedicarse a la literatura. Su padre quería que fuera abogado. Financió su carrera; sin embargo, a pesar de internarlo, Julio Verne no pudo contener su pasión para escribir y lo dejó todo. Pronto consiguió entrar a una revista donde oficialmente comenzó su carrera como escritor. Cuando su padre se enteró de aquel acto rebelde, le quitó el financiamiento y nunca más le dio un centavo.

Años después, en París conoció a los Dumas, padre e hijo. Gracias a ellos se vio involucrado en el mundo de las novelas que fueron su apoyo durante mucho tiempo. También conoció a Víctor Hugo, de esa manera pudo regalar al mundo historias fantásticas, inimaginables para la época, que hoy en día pueden encontrase en cualquier estante como un género especial. Desde mil novecientos setenta y nueve, sus libros están entre los más traducidos del mundo junto con las obras de William Shakespeare y Agatha Christie.

No existen registros que Julio Verne haya llegado a pisar suelo peruano, pese a tener fascinación por las aventuras viajes y descubrir nuevos parajes, incluso que podrían servirle en su actividad literaria, no viajaba mucho (Su único vuelo en globo aerostático duro tan solo veinticuatro minutos. Aun así, su primera novela que publicó en mil ochocientos sesenta y tres se llamó “Cinco semanas en un globo”, con la que logró consagrarse como un escritor respetado y admirado); sin embargo, Verne conoció al artista peruano Ignacio Merino, un pintor que gozó de gran prestigio internacional y que vivió en Francia.


Ignacio siempre recordaba al Perú, expresaba bastante de nuestro país en sus obras, lo que despertó interés en Verne. Es muy probable que aquellas historias trasladadas del pintor al escritor hayan sido las razones para que el escritor, elija a nuestro país como escenario de Martín Paz, un relato escrito en mil ochocientos cincuenta, aproximadamente. Publicar la trama o un mínimo argumento de este relato, podría ser imprudente para la curiosidad de muchos que quieren conocer a fondo la historia, sin embargo, trasladaré la descripción que Verne por esos años hizo a nuestro país:

El dorado disco del sol habíase ocultado tras los elevados picos de las cordilleras; pero a través del transparente velo nocturno en que se envolvía el hermoso cielo peruano, brillaba cierta luminosidad que permitía distinguir claramente los objetos.

Era la hora en que el viento bienhechor, que soplaba fuera de las viviendas, permitía vivir a la europea, y los habitantes de Lima, envueltos en sus ligeros abrigos y conversando seriamente de los más fútiles asuntos, recorrían las calles de la población.

Había pues, gran movimiento en la plaza Mayor, ese foro de la antigua ciudad de los Reyes. Los artesanos disfrutaban de la frescura de la tarde, descansando de sus trabajos diarios, y los vendedores circulaban entre la muchedumbre, pregonando a grandes voces la excelencia de sus mercancías. Las mujeres, con el rostro cuidadosamente oculto bajo la toca, circulaban alrededor de los grupos de fumadores. Algunas señoras en traje de baile, y con su abundante cabello recogido con flores naturales, se paseaban gravemente en sus carretelas. Los indios pasaban sin levantar los ojos del suelo, no creyéndose dignos de mirar a las personas, pero conteniendo en silencio la envidia que los consumía. Los mestizos, relegados como los indios, a las ultimas capaz sociales exteriorizaban su descontento más ruidosamente.

En cuanto a los españoles, orgullosos descendientes del Pizarro, llevaban la cabeza erguida como en el tiempo en el que sus antepasados fundaron la ciudad de los reyes, envolviendo en su desprecio a los indios, a quienes habían vencido, y a los mestizos nacidos de sus relaciones con los indígenas del Nuevo Mundo. Los indios, como todas las razas reducidas a la servidumbre, sólo pensaban en romper sus cadenas, confundiendo en su profunda aversión a los vencedores del antiguo imperio de los incas y a los mestizos, especie de clase media orgullosa e insolente.

Los mestizos que eran españoles por el desprecio con el que miraban a los indios e indios por el odio que profesaban a los españoles, se consumían entre estos dos sentimientos igualmente vivos.

Cerca de la hermosa fuente levantada en medio de la plaza Mayor, había un grupo de jóvenes todos mestizos, que, envueltos en sus ponchos con manta de algodón de cuadros, larga y perforada con una abertura que da paso a la cabeza, vestidos con amplios pantalones rayados de mil colores, y cubiertos con sombreros de anchas alas hechos de paja de Guayaquil, hablaban, gritaban y gesticulaban.

(…)

La ciudad Lima está situada en un rincón del Valle del Rímac, y a nueve lenguas de su embocadura. Las primeras ondulaciones del terreno, que forman parte de la gran cordillera de los Andes, comienzan al Norte y al Este. El valle está formado por las montañas de San Cristóbal y de los Amancaes. Estas montañas se levantan detrás de Lima y terminan en sus arrabales. La ciudad, que se encuentra en un lado del río, se comunica con el arrabal de San Lorenzo, que está en la orilla opuesta, por un puente de cinco arcos, cuyos pilares anteriores oponen a la corriente su arista triangular.

Los posteriores ofrecen bancos a los paseantes en los que se sientan los desocupados en las tardes de verano, para contemplar desde allí una hermosa cascada.

La ciudad tiene dos millas de longitud de Este a Oeste, y milla y cuatro de anchura, desde el puente hasta las murallas. Éstas, de doce pies de altura y diez de espesor en su base, están construidas con ladrillos secados al sol, formados de tierra arcillosa, mezclada con paja machacada, capaces de resistir los temblores de la tierra, bastante frecuentes en aquel país. El recinto tiene siete puertas y tres postigos y termina en el extremo sudeste por la pequeña ciudadela de Santa Catalina.   

(…) Lima fue en otro tiempo el principal depósito del comercio de América en el océano Pacífico, gracias a su puerto del Callao, construido en 1779 de un modo singular. Se hizo encallar en la playa un viejo navío de gran tamaño lleno de piedras, de arena y de restos de toda especie, y en torno de aquel casco se clavaron en la arena estacadas de manglares enviadas de Guayaquil e inalterables al agua, formándose así una base indestructible, sobre la que se levantó el muelle del Callao.

El clima, más templado y suave que el de Cartagena o Bahía, situadas en la costa opuesta de América, hace de Lima una de las ciudades más agradables del Nuevo Mundo. El viento tiene allí dos direcciones invernales: o sopla del Sudoeste y se refresca al atravesar el océano Pacífico, o sopla del Sudeste, refrescando el ambiente con la frescura que ha recogido en los helados picachos de las cordilleras.

(…)

Los baños de mar de Chorrillos, encuéntrense a dos leguas de Lima. Es una parroquia india que posee una bonita iglesia y durante la estación del calor es el punto de reunión de la sociedad elegante limeña. Los juegos públicos, prohibidos en Lima, están abiertos en Chorrillos durante el verano y a ellos concurren las señoras de dudosa moralidad, que, actuando de diablillos, hacen perder a más de un rico caballero su caudal en pocas noches.

(…)

Podemos concluir que Ignacio Merino, describió lo más exactamente posible a nuestro país, y que Julio Verne pudo fascinarse con un escenario que nunca conoció. Podemos concluir también que, para Julio Verne, la inhóspita américa, contaba con muchas tradiciones que deslumbraban y maravillaban, resultando hacer del Perú un mundo de Julio Verne.



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