jueves, 7 de febrero de 2019

UN SUEÑO




Son las cuatro y cuarenta de la madrugada y Fátima ha despertado de un terrible sueño. Trata de volver a dormir, pero al cerrar los ojos, lo único que encuentra son las imágenes de esa pesadilla. Coge su teléfono, quiere hablar con alguien, no sabe a quién llamar. Piensa, toma los audífonos que están en el cajón de su velador, “si no tengo quien me escuche, yo tendré a quien escuchar”, busca a Nuria Saba, suena Atmósfera, Fátima sabe que será una de esas madrugadas, esas de las que no quiere hablar. Amaneceres en las que se ve obligada a mantener los luceros de sus ojos encendidos.

Vestida con un pijama bordado por su abuela, invade su cocina, sobre su taza blanca se prepara un café, mientras lo disfruta a cada sorbo, recuerda a su padre. Recuerda que el amor al café lo heredo de él. En verdad, de su padre heredó muchas cosas, el amor al ajedrez, el amor a nadar, el amor al jazz, entre otras cosas; sin embargo, también le duele pensar que heredó un mal incurable, ese que la alejó de su familia.

Al terminar su café, Fátima regresa a su dormitorio, mira lo abandonados que están sus libros, mira que desde hace mucho no se envuelve en alguna historia desconocida, mira que aquella vieja estantería manifiesta repudio por la gente floja y desordenada. Se para frente a ella, mira cada libro, los mira uno por uno, detrás de ellos existen muchos relatos. Encuentra una edición de El retrato de Dorian Gray, la novela que hurtó de su biblioteca familiar. Sigue mirando cada libro, se encuentra una edición de María, aquella novela de Jorge Isaacs que con mucho amor su madre le regalo alguna vez, “Como no recordar a María”, piensa, aquella historia de amor que por primera vez ella adoró.

Regresa a la cama y prende la Tv, hace zapping hasta que encuentra Friends, la serie favorita de Sofía, su hermana. Extraña a Sofía, extraña esas conversaciones tan privadas y secretas, extraña esa complicidad que albergaba sus tardes escuchando los discos de Big Mountain.

¿Por qué Fátima piensa tanto en ellos? la respuesta es sencilla, porque sabe que nunca más podrá verlos. De pronto, Fátima observa sus ventanas húmedas que proyectan una sensación de tristeza, ya está amaneciendo, muy rápido amanece y unas luces incandescentes queman sus cortinas, el resto es historia…

Lo que entenderán ahora es que ese sueño no era el de Fátima, era un sueño de Sofía, y que las ventanas eran sus ojos, y que la brisa eran sus lágrimas, y que el amanecer era su despertar y que el pensar de Fátima fue el pensar de Sofía, y que Fátima en el sueño de Sofía era Fátima, aquella hermana que nunca más podrá ver, aquella amiga que una noche, vestida con un pijama bordado por su abuela, se dispuso marchar de sus vidas, al sufrir un ataque incontrolable de esa enfermedad incurable, aquella que terminó alejándola de este mundo; sí, como a su padre, como si fuera la protagonista de la novela que le regaló su madre, María


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