Son
las cuatro y cuarenta de la madrugada y Fátima ha despertado de un terrible
sueño. Trata de volver a dormir, pero al cerrar los
ojos, lo único que encuentra son las imágenes de esa pesadilla. Coge su
teléfono, quiere hablar con alguien, no sabe a quién llamar. Piensa, toma los audífonos
que están en el cajón de su velador, “si
no tengo quien me escuche, yo tendré a quien escuchar”, busca a Nuria Saba,
suena Atmósfera, Fátima sabe que será
una de esas madrugadas, esas de las que no quiere hablar. Amaneceres en las que
se ve obligada a mantener los luceros de sus ojos encendidos.
Vestida
con un pijama bordado por su abuela, invade su cocina, sobre su taza blanca se
prepara un café, mientras lo disfruta a cada sorbo, recuerda a su padre.
Recuerda que el amor al café lo heredo de él. En verdad, de su padre heredó muchas
cosas, el amor al ajedrez, el amor a nadar, el amor al jazz, entre otras cosas;
sin embargo, también le duele pensar que heredó un mal incurable, ese que la
alejó de su familia.
Al
terminar su café, Fátima regresa a su dormitorio, mira lo abandonados que están
sus libros, mira que desde hace mucho no se envuelve en alguna historia
desconocida, mira que aquella vieja estantería manifiesta repudio por la gente
floja y desordenada. Se para frente a ella, mira cada libro, los mira uno por
uno, detrás de ellos existen muchos relatos. Encuentra una edición de El retrato de Dorian Gray, la novela que
hurtó de su biblioteca familiar. Sigue mirando cada libro, se encuentra una edición
de María, aquella novela de Jorge
Isaacs que con mucho amor su madre le regalo alguna vez, “Como no recordar a María”, piensa, aquella historia de amor que
por primera vez ella adoró.
Regresa
a la cama y prende la Tv, hace zapping hasta que encuentra Friends, la serie favorita de Sofía, su hermana. Extraña a Sofía, extraña
esas conversaciones tan privadas y secretas, extraña esa complicidad que albergaba
sus tardes escuchando los discos de Big
Mountain.
¿Por
qué Fátima piensa tanto en ellos? la respuesta es sencilla, porque sabe que
nunca más podrá verlos. De pronto, Fátima observa sus ventanas húmedas que proyectan
una sensación de tristeza, ya está amaneciendo, muy rápido amanece y unas luces
incandescentes queman sus cortinas, el resto es historia…
Lo
que entenderán ahora es que ese sueño no era el de Fátima, era un sueño de Sofía,
y que las ventanas eran sus ojos, y que la brisa eran sus lágrimas, y que el
amanecer era su despertar y que el pensar de Fátima fue el pensar de Sofía, y
que Fátima en el sueño de Sofía era Fátima, aquella hermana que nunca más podrá
ver, aquella amiga que una noche, vestida con un pijama bordado por su abuela, se
dispuso marchar de sus vidas, al sufrir un ataque incontrolable de esa
enfermedad incurable, aquella que terminó alejándola de este mundo; sí, como a
su padre, como si fuera la protagonista de la novela que le regaló su madre, María…
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