Hoy, mientras estaba en la
corte para escuchar cualquier audiencia, recordé una vieja historia que sucedió
hace 25 años, una de las que nunca se olvidan. Recordé que alguna vez a las
afueras de mi ciudad, se encontraba una propiedad que había sido invadida por
traficantes de terrenos. Cuando estos fueron desalojados, uno de ellos se
instaló con su familia en una casa en abandono ubicada en mi vecindario. Por
ser nuevos es nuestro barrio, los vecinos no tardamos en conocer a la familia Beltrán,
constituida por el señor Ramiro Beltrán, su esposa Zoraida y sus tres hijos, Rob
(05), Amado (09) y Cony (15).
La familia del señor Ramiro
Beltrán profesaba la religión evangélica, la devoción con la que pregonaban la
palabra de dios siempre fue evidente. Todas las tardes, los cinco miembros de
la familia Beltrán se dirigían a su culto, hablaban de religión con cualquiera
que intercambie un breve saludo con ellos; sin embargo, en la intimidad, esa
familia no era la misma. La señora Zoraida sufría constante maltrato físico por
parte del señor Ramiro; en algunas ocasiones, al escucharse el llanto y dolor
al interior de esa casa, la policía llegaba y llevaban detenido al señor Ramiro,
ahí podría estar días, mientras la señora Zoraida, hacia todo lo posible para
que puedan dejarlo en libertad. Durante esas ausencias quien tenía que asumir
la atención de casa era Cony, la hermana mayor.
Cony, la hija mayor, era muy
distinta a los demás miembros de esa familia, parecía que siempre estaba de mal
humor, nadie le parecía amigable, nada parecía agradarle; todos estos eran pareceres,
en efecto, pues nadie podría tener la certeza de lo que en verdad pasaba por su
cabeza. Cony siempre miraba al vecindario con total desconfianza, no hablaba
con nadie, nunca salía de su casa, pero para sus hermanos ella era una
autoridad, Rob y Amado la respetaban.
Recuerdo que la única cercanía
que tuve a Cony, fue en el Concurso de Oratoria
realizado entre los alumnos de cuarto año de los colegios de mi localidad. Yo
siempre fui bueno en oratoria, de hecho en aquel concurso represente a mi
colegio. El día de la presentación de los concursantes vi a Cony, ella
representaba a su institución. Suerte,
le dije; ella me miró sin inmutarse –y sin responder-. Por esos días antes del
concurso, cuando pasaba por la casa de la familia Beltrán, hasta dos calles podía
escucharse la voz de Cony, practicando una y otra vez, su discurso de diez
minutos. Los vecinos siempre decían que Cony era estudiosa, que parecía de otra
familia, que ella los sacaría adelante, que se avizoraba un futuro mejor para
sus hermanos, que su padre dejaría de traficar terrenos, que su madre dejaría de
lavar ropa de extraños.
Como era de esperarse, Cony
ganó el concurso de oratoria. Al poco tiempo me enteré que ella predicaba el
evangelio en su iglesia desde los 8 años, basta experiencia le otorgó ante mí,
un galardón que quizás habría deseado. Hoy pienso que ese premio fue el mejor
regalo que Cony recibió por esos años, una satisfacción propia, que le
entregaba un valor a lo que ella era, un
valor que desde luego, no encontraba en su padre, el señor Beltrán, aquel jefe
de familia que parecía transformarse por las noches al apagar las luces y cerrar
la biblia, convirtiéndose en un ser violento y miserable.
Una noche todo el
vecindario despertó con unos gritos, presumiblemente venían de la casa de los
Beltrán, mis padres despertaron, la noticia era que una desgracia había pasado,
me levante de la cama, al salir de mi casa vi una camioneta de la policía, un
evento tan rutinario en esos días, pero algo era diferente, el detenido estaba
ahogado en un mar de lágrimas, mientras era conducido con marrocas en las muñecas.
Los vecinos cuchicheaban que el Sr. Ramiro había matado a su esposa, la señora
Zoraida. Me acerqué a la ventana donde días atrás había visto a Cony prepararse
para derrotarme en el Concurso de Oratoria, uno de los policías hablaba con Rob
y Amado que no dejaban de llorar. Al otro lado, al pie del cuerpo tendido de su
madre, Cony rezaba incansablemente.
Después de aquella noche,
nadie nunca más vio a Cony y a sus hermanos. Los tres desaparecieron, nadie
sabe a dónde se fueron; sin embargo, les cuento esta historia que sucedió hace 25
años porque la siguiente audiencia que escucharé es la de un homicida, patrocinado
por Cony Beltrán, abogada de profesión. Suerte,
le dije al pasar por su lado; ella me miró, sin inmutarse y responder, siguió practicando
su defensa.
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