jueves, 11 de octubre de 2018

LA HERMANA MAYOR




Hoy, mientras estaba en la corte para escuchar cualquier audiencia, recordé una vieja historia que sucedió hace 25 años, una de las que nunca se olvidan. Recordé que alguna vez a las afueras de mi ciudad, se encontraba una propiedad que había sido invadida por traficantes de terrenos. Cuando estos fueron desalojados, uno de ellos se instaló con su familia en una casa en abandono ubicada en mi vecindario. Por ser nuevos es nuestro barrio, los vecinos no tardamos en conocer a la familia Beltrán, constituida por el señor Ramiro Beltrán, su esposa Zoraida y sus tres hijos, Rob (05), Amado (09) y Cony (15).
La familia del señor Ramiro Beltrán profesaba la religión evangélica, la devoción con la que pregonaban la palabra de dios siempre fue evidente. Todas las tardes, los cinco miembros de la familia Beltrán se dirigían a su culto, hablaban de religión con cualquiera que intercambie un breve saludo con ellos; sin embargo, en la intimidad, esa familia no era la misma. La señora Zoraida sufría constante maltrato físico por parte del señor Ramiro; en algunas ocasiones, al escucharse el llanto y dolor al interior de esa casa, la policía llegaba y llevaban detenido al señor Ramiro, ahí podría estar días, mientras la señora Zoraida, hacia todo lo posible para que puedan dejarlo en libertad. Durante esas ausencias quien tenía que asumir la atención de casa era Cony, la hermana mayor.
Cony, la hija mayor, era muy distinta a los demás miembros de esa familia, parecía que siempre estaba de mal humor, nadie le parecía amigable, nada parecía agradarle; todos estos eran pareceres, en efecto, pues nadie podría tener la certeza de lo que en verdad pasaba por su cabeza. Cony siempre miraba al vecindario con total desconfianza, no hablaba con nadie, nunca salía de su casa, pero para sus hermanos ella era una autoridad, Rob y Amado la respetaban.
Recuerdo que la única cercanía que tuve a Cony, fue en el Concurso de Oratoria realizado entre los alumnos de cuarto año de los colegios de mi localidad. Yo siempre fui bueno en oratoria, de hecho en aquel concurso represente a mi colegio. El día de la presentación de los concursantes vi a Cony, ella representaba a su institución. Suerte, le dije; ella me miró sin inmutarse –y sin responder-. Por esos días antes del concurso, cuando pasaba por la casa de la familia Beltrán, hasta dos calles podía escucharse la voz de Cony, practicando una y otra vez, su discurso de diez minutos. Los vecinos siempre decían que Cony era estudiosa, que parecía de otra familia, que ella los sacaría adelante, que se avizoraba un futuro mejor para sus hermanos, que su padre dejaría de traficar terrenos, que su madre dejaría de lavar ropa de extraños.
Como era de esperarse, Cony ganó el concurso de oratoria. Al poco tiempo me enteré que ella predicaba el evangelio en su iglesia desde los 8 años, basta experiencia le otorgó ante mí, un galardón que quizás habría deseado. Hoy pienso que ese premio fue el mejor regalo que Cony recibió por esos años, una satisfacción propia, que le entregaba  un valor a lo que ella era, un valor que desde luego, no encontraba en su padre, el señor Beltrán, aquel jefe de familia que parecía transformarse por las noches al apagar las luces y cerrar la biblia, convirtiéndose en un ser violento y miserable.
Una noche todo el vecindario despertó con unos gritos, presumiblemente venían de la casa de los Beltrán, mis padres despertaron, la noticia era que una desgracia había pasado, me levante de la cama, al salir de mi casa vi una camioneta de la policía, un evento tan rutinario en esos días, pero algo era diferente, el detenido estaba ahogado en un mar de lágrimas, mientras era conducido con marrocas en las muñecas. Los vecinos cuchicheaban que el Sr. Ramiro había matado a su esposa, la señora Zoraida. Me acerqué a la ventana donde días atrás había visto a Cony prepararse para derrotarme en el Concurso de Oratoria, uno de los policías hablaba con Rob y Amado que no dejaban de llorar. Al otro lado, al pie del cuerpo tendido de su madre, Cony rezaba incansablemente.
Después de aquella noche, nadie nunca más vio a Cony y a sus hermanos. Los tres desaparecieron, nadie sabe a dónde se fueron; sin embargo, les cuento esta historia que sucedió hace 25 años porque la siguiente audiencia que escucharé es la de un homicida, patrocinado por Cony Beltrán, abogada de profesión. Suerte, le dije al pasar por su lado; ella me miró, sin inmutarse y responder, siguió practicando su defensa.




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