Carla
tenía 17 años y su trato hacia mí era muy especial. La conocí en el colegio, no
fue necesario hacer un diagnóstico clínico para determinar que yo le gustaba;
sin embargo, a Carla le impresionaba mi comportamiento inocuo; ella sabía que
cualquier muchacho de mi edad desearía estar en mi lugar, pero yo nunca le
mostré interés; en verdad, por aquellos años dentro de mis prioridades a los 14
años, no estaban las relaciones sentimentales. Durante toda mi vida, guiado por
aquella inocencia heredada de algún lugar, siempre prefería hacer cualquier
cosa que postergue los sentimientos, Carla mayor que yo, podía hablar del amor,
aquella sensación que yo desconocía y que se me fue esquivo hasta que conocí a
su hermana.
Ema,
hermana de Carla, estudiaba en el mismo colegio que yo y teníamos la misma
edad. Poco a poco la fui conociendo. Cuando salíamos del colegio, caminábamos
juntos, hasta que lleguemos a alguna esquina donde cada uno tomaba una
dirección diferente; en más de una ocasión la acompañaba hasta su casa, conversábamos
horas, después para regresar tenía que caminar el doble y enfrentar una
reprenda por parte de mis padres.
Ema
tenía el cuerpo delgado, el cabello largo y los ojos achinados, un lenguaje bastante
coloquial, amiguera al 100%, salía con frecuencia a discotecas llevando en
cierta forma una vida libertina. Comúnmente, una persona con estas
características en su comportamiento no cuenta con un buen desenvolvimiento
académico, en más de una ocasión mientras la visitaba en su casa le encontraba
poniéndose al día con cuadernos prestados y copiando las tareas; así era Ema, pero eso no me
interesaba, pues el cariño hacia Ema fue creciendo y esa era una verdad que
solo yo conocía. Las visitas a su casa se hicieron constantes. Si la encontraba
salíamos juntos, si no la encontraba la esperaba mientras hablaba con Carla. Si
no podía verla la llamaba a su casa; en ocasiones me contestaba Carla, quien
amablemente me pasaba el teléfono para hablar con Ema. Todas esas situaciones,
la cordialidad, la confianza y el cariño, me hacían creer que estaba
encontrando en Ema algo que Carla busco en mí, pero que nunca encontró.
Cuando
me sentí realmente enamorado quise mostrar mis sentimientos hacia Ema de la
manera más sublime; para ello decidí estampar en un polo su nombre y un “te
amo”, así fue. Mi objetivo era ponerme el polo mientras jugaba fútbol en el
campeonato interno del colegio; así, ella leería en mi pecho el claro mensaje. Recuerdo
que el día del partido le dije a Ema que le tenía una sorpresa, antes de
empezar el juego, me puse el polo que describía mi declaración de amor, pero
Ema nunca fue a verme jugar el partido más importante de mi vida; al terminar con una derrota en la cancha y en el corazón pasé por su salón de clase
donde la encontré sus amigos, divirtiéndose.
Aquel
día, más tarde, al pasar por su casa, ella estaba en su sala mirando
televisión, me acerqué, pensé en increpar su ausencia en el partido, pero desistí al darme cuenta
que tendríamos la conversación más hermosa de todas, intercambiando palabras y
sentimientos recostados juntos en el sofá de su sala; en esas circunstancias no
me atreví a decirle lo que había hecho para ella, pero cada latido me convencía
más en hacerlo, por eso solo atine a decirle que tenía algo preparado para ella
y quería conversarlo al día siguiente, me aceptó.
Me
fui a su casa, era un viernes por la noche, Ema no estaba, encontré a Carla, “Salió con sus amigos”, me dijo, era el
cumpleaños de algún compañero de clase, sin dudarlo le pedí la dirección.
Llegué a la fiesta, no conocía a nadie. Ahí encontré a Ema. Estaba con unos
jeans rasgados y una blusa de color blanco, bailaba reggaetón con uno de sus amigos. Cuando estaba por acercarme alguien
que parecía ser el anfitrión toco mi hombro, me advirtió que no me conocía, Ema
se dio cuenta, “viene conmigo”, le
dijo, me jaló a la pista de baile ¿Qué
haces aquí?, me preguntó, su aliento olía a cerveza. Me presentó a su grupo
de amigos, me sacó a bailar, nos pegábamos, al estar frente a frente y después
de unas cuantas canciones nos besamos, fue mi primer beso, no creo que haya
sido el de ella, ¡Te amo! Le dije, me
abrazo y seguimos bailando. Cuando ya pasaba la media noche, Ema me dijo que tenía
que regresar, le propuse ir a su casa, pero ella me dijo que llegaría por su
cuenta, que no me preocupara, que regrese y que nos veamos mañana.
Al
día siguiente en mis pensamientos estaba ir a la casa de Ema, mi única
intención era formalizar aquel encuentro de la noche anterior, tal vez pedirle que
sea mi enamorada, a través de un “¿Quieres estar conmigo?” –no conocía
muchas formas-. Cuando llegué, Ema se mostró sorprendida, evidentemente no me
esperaba. Pasaron unos 5 minutos parados en la puerta de su casa, ambos permanecimos en silencio, fue uno de esos
tiempos muertos en los que no sabes que decir. Yo no sabía cómo abordar el
tema, no sabía cómo decirle te amo,
podía escribirlo, y hasta estamparlo en un polo, pero no decirlo. Al breve instante llegó alguien en una moto, Ella se impacientó. “Espérame viendo la Tv, voy a conversar un ratito, ahorita entro” me
dijo. Cuando entré a su casa, Carla estaba ahí, sentada haciendo zapping. La observé, en definitiva ella
era más hermosa que su hermana Ema, pero mi corazón nunca hizo esa distinción.
Aburrido de ver como Carla cambiaba los canales, miré hacia la ventana, Ema ya
no estaba, se había ido con el chico de la moto. Pensé que regresaría pronto.
Después de una hora Carla miró mi angustia y me dijo: “Te voy a contar algo. No te vayas a molestar, pero Ema tiene chico, es ese pata con el que se fue, me choca que no te lo haya dicho, pero tenías que saberlo”. Me sentí avergonzado, no sabía qué hacer. Me aferré a la posibilidad que Carla estuviese mintiendo, y que aquella declaración sea su venganza hacia mí, por mezquino, por miserable, por haberla rechazado. Eso era lo que me motivaba a pensar que Ema llegaría en cualquier momento, pero los minutos que transcurrieron en adelante se hicieron interminables y Ema nunca apareció.
Después de una hora Carla miró mi angustia y me dijo: “Te voy a contar algo. No te vayas a molestar, pero Ema tiene chico, es ese pata con el que se fue, me choca que no te lo haya dicho, pero tenías que saberlo”. Me sentí avergonzado, no sabía qué hacer. Me aferré a la posibilidad que Carla estuviese mintiendo, y que aquella declaración sea su venganza hacia mí, por mezquino, por miserable, por haberla rechazado. Eso era lo que me motivaba a pensar que Ema llegaría en cualquier momento, pero los minutos que transcurrieron en adelante se hicieron interminables y Ema nunca apareció.
Esa
noche salí de esa casa totalmente contrariado. Por primera vez en mi vida compré
un cigarrillo, abrí la ventana de mi cuarto y me puse a fumar, pensé en Carla, pensé en Ema,
pensé en lo difícil que era el amor, pensé en Carla y los desaires de mi parte,
pensé en Ema y sus desaires hacia mí.
Pasaron dos días desde aquella noche, después de pensarlo mucho, regresé a casa de Ema y Carla. Al tocar la puerta me recibió Ema, me quiso pedir disculpas por haberse ausentado estando yo en su casa, esperándola. No le pedí explicaciones, hubiese querido besarla, pero no tuve el valor, solo tome sus manos, aquellas que me abrazaron el día de mi primer y único beso, sobre el cuello le puse el polo que use en el partido de fútbol y me marché.
Pasaron dos días desde aquella noche, después de pensarlo mucho, regresé a casa de Ema y Carla. Al tocar la puerta me recibió Ema, me quiso pedir disculpas por haberse ausentado estando yo en su casa, esperándola. No le pedí explicaciones, hubiese querido besarla, pero no tuve el valor, solo tome sus manos, aquellas que me abrazaron el día de mi primer y único beso, sobre el cuello le puse el polo que use en el partido de fútbol y me marché.
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