martes, 15 de mayo de 2018

EL LLAMADO DIVINO




En un viernes cualquiera estábamos en nuestro salón de clases. Teníamos clase de religión; mientras sacábamos nuestro libro comprado en la ODEC, la maestra me invitó al frente para leer un pasaje bíblico. Se trataba del Capítulo 18, versículo 21-35 de Mateo, la historia tenía como mensaje el perdón al prójimo. Jesús no duda en sugerir castigo a quienes no perdonen.

Cuando terminé con mi participación, la maestra se notó muy complacida. Al retirarse de su clase, me llamó a las afueras del salón y me comentó que yo podría leer un texto similar el día domingo en nuestra catedral para la misa de las siete de la mañana. Yo me mostré encantado, pues hace mucho tiempo no asistía a misa. En familia siempre acudíamos a la misa de 8:30 en el Barrio Santa Rosa, siempre mi madre, mi hermano (quien ahora es agnóstico) y yo; era nuestra tradición. De cualquier forma, asistir como un invitado especial para leer la palabra de Dios frente la atención de muchos fieles, para mí era un privilegio, así que acepte, desde luego. La maestra me indicó que se realizaría un ensayo de lectura en la misma catedral el día sábado, en consecuencia debía asistir para poder practicar antes de oficializar mi voz ante todos los asistentes.

Aquel sábado, mientras esperaba a mi padre en casa para que me lleve a mi práctica de lectura en la catedral, pensaba en que nunca me había encontrado tan distante de la religión y en lo que me pasaba en mi familia en ese entonces. Como consecuencia del divorcio de mis padres, en casa siempre habían inconvenientes por múltiples razones. Por lo general se discutía por dinero, pues nunca era suficiente, siempre faltaba.

De camino y con sumo recelo (por temor a su molestia) pedí a mi padre tres soles, suficientes para ir a la catedral el día domingo, los recibí sin mayor cuestionamiento. De hecho al bajar de la moto de mi padre, me di cuenta de algo muy evidente, un llamado divino tal vez; siendo coherentes, hacer una buena lectura, que mí maestra me invite a una misa para leer y que mi padre me entregue lo solicitado, eran las señales que me llenaban de convicción.

Ya en la catedral noté que el salón principal estaba cerrado, me pregunté donde serían las prácticas para las lecturas; di una vuelta al lugar y vi un grupo de jóvenes en un salón más pequeño. Mientras caminaba hacia ese lugar una chica me hizo señas con las manos para acercarme, me preguntó porqué estaba ahí, yo le respondí que buscaba al grupo que practica las lecturas para la misa de domingo. Ella me miró extrañada y me dijo: ¡puede ser aquí! pero, para poder leer en la misa tienes que hacer tus sacramentos ¿eres bautizado? –Sí, le conteste. ¿Tienes primera comunión? –No. ¡Ah! Necesitas hacer tu primera comunión, intégrate a nuestro grupo, ésta es la catequesis de la catedral. Sorprendido ante su respuesta solo atiné a preguntar ¿Estás segura? – Claro, me contestó dirigiéndome para ingresar al salón.

En el lugar había bastantes jóvenes de mi edad, muchos de ellos estaban en mi colegio pues eran conocidos. También me sentí un extraño ahí, todos estaban en grupo y conversaban, yo estaba solo, pero entre tanto, nuevamente pensé que nada sucede en vano y de seguro este sería otro llamado divino el que me permitía estar ahí.

A los dos minutos, ingresó el Padre Oshiro, párroco de la Catedral. Al parecer conocía a la mayoría de jóvenes, hizo la oración de bienvenida y se retiró. A poco tiempo me enteré que el grupo llevaba reunido ya un mes aproximadamente; sin embargo, conforme avanzaban las actividades, me sentí cómodo en aquel lugar. Entre bromas, juegos y enseñanzas, la vida lejos de los inconvenientes familiares si tenía un sentido y Dios me estaba permitiendo disfrutar de ello.

Al terminar la catequesis eran las siete de la noche. Me despedí y agradecí a la chica la invitación prometiendo regresar el próximo sábado, ¡No! Mañana tienes que venir a la misa de las siete de la mañana - me contesto. ¡Perfecto, aquí estaré! - le dije, aceptando que ya no leería ante los fieles, pero sería una buena oportunidad para encontrar mi fe nuevamente.

Solo tenía los tres soles que mi padre me había entregado, si regresaba a casa en taxi ya no tendría para ir a la misa de las siete. Me puse a caminar a casa, estaba a 20 minutos de camino.

Mientras caminaba, recordaba todo lo que me había pasado los últimos dias. Sonreía en la calle, los problemas familiares no tenían lugar y pensé que era momento de pedir perdón a Dios por haberme alejado de él, quizás los problemas en mi vida eran consecuencia de ello, pero esa tarde estaba contento y lleno de energías.

Cuando estaba a medio camino de casa ingresé a una calle silenciosa, de pronto un motocar con  tres personas a bordo me cerró el camino y levantaron un arma, era un asalto. Pasmado y sin algún movimiento por hacer, me arrancaron el canguro donde tenia mis documentos, un celular que me habían regalado mis tíos por mi cumpleaños, y los tres soles para ir a la misa de domingo. Sin saber que decir, me senté en la acera, un vendedor de panes, testigo de lo ocurrido me preguntó si estaba bien, no conteste. Me levante y caminé con prisa hacia mi casa.

Cuando llegué no había nadie y no tenía llaves para entrar. Sentado en la vereda, me puse a pensar en la lectura de Mateo que hice un día anterior, busqué a un prójimo para perdonar en esta historia, no encontré a nadie.


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