Todo
amante de la literatura, sin duda ha tenido que zambullirse en el mundo de
Julio Verne, un francés que, por sus numerosas novelas e historias,
vanguardistas y surrealistas, es catalogado como el padre de la ciencia
ficción.
No
fue fácil para Verne dedicarse a la literatura. Su padre quería que fuera
abogado. Financió su carrera; sin embargo, a pesar de internarlo, Julio Verne
no pudo contener su pasión para escribir y lo dejó todo. Pronto consiguió
entrar a una revista donde oficialmente comenzó su carrera como escritor. Cuando
su padre se enteró de aquel acto rebelde, le quitó el financiamiento y nunca
más le dio un centavo.
Años
después, en París conoció a los Dumas, padre e hijo. Gracias a ellos se vio
involucrado en el mundo de las novelas que fueron su apoyo durante mucho
tiempo. También conoció a Víctor Hugo, de esa manera pudo regalar al mundo
historias fantásticas, inimaginables para la época, que hoy en día pueden
encontrase en cualquier estante como un género especial. Desde mil novecientos
setenta y nueve, sus libros están entre los más traducidos del mundo junto con
las obras de William Shakespeare y Agatha Christie.
No
existen registros que Julio Verne haya llegado a pisar suelo peruano, pese a
tener fascinación por las aventuras viajes y descubrir nuevos parajes, incluso
que podrían servirle en su actividad literaria, no viajaba mucho (Su único
vuelo en globo aerostático duro tan solo veinticuatro minutos. Aun así, su
primera novela que publicó en mil ochocientos sesenta y tres se llamó “Cinco
semanas en un globo”, con la que logró consagrarse como un escritor respetado y
admirado); sin embargo, Verne conoció al artista peruano Ignacio Merino, un
pintor que gozó de gran prestigio internacional y que vivió en Francia.
El
dorado disco del sol habíase ocultado tras los elevados picos de las
cordilleras; pero a través del transparente velo nocturno en que se envolvía el
hermoso cielo peruano, brillaba cierta luminosidad que permitía distinguir
claramente los objetos.
Era
la hora en que el viento bienhechor, que soplaba fuera de las viviendas,
permitía vivir a la europea, y los habitantes de Lima, envueltos en sus ligeros
abrigos y conversando seriamente de los más fútiles asuntos, recorrían las
calles de la población.
Había
pues, gran movimiento en la plaza Mayor, ese foro de la antigua ciudad de los Reyes.
Los artesanos disfrutaban de la frescura de la tarde, descansando de sus
trabajos diarios, y los vendedores circulaban entre la muchedumbre, pregonando
a grandes voces la excelencia de sus mercancías. Las mujeres, con el rostro
cuidadosamente oculto bajo la toca, circulaban alrededor de los grupos de
fumadores. Algunas señoras en traje de baile, y con su abundante cabello
recogido con flores naturales, se paseaban gravemente en sus carretelas. Los
indios pasaban sin levantar los ojos del suelo, no creyéndose dignos de mirar a
las personas, pero conteniendo en silencio la envidia que los consumía. Los
mestizos, relegados como los indios, a las ultimas capaz sociales
exteriorizaban su descontento más ruidosamente.
En
cuanto a los españoles, orgullosos descendientes del Pizarro, llevaban la
cabeza erguida como en el tiempo en el que sus antepasados fundaron la ciudad de
los reyes, envolviendo en su desprecio a los indios, a quienes habían vencido,
y a los mestizos nacidos de sus relaciones con los indígenas del Nuevo Mundo.
Los indios, como todas las razas reducidas a la servidumbre, sólo pensaban en
romper sus cadenas, confundiendo en su profunda aversión a los vencedores del
antiguo imperio de los incas y a los mestizos, especie de clase media orgullosa
e insolente.
Los
mestizos que eran españoles por el desprecio con el que miraban a los indios e
indios por el odio que profesaban a los españoles, se consumían entre estos dos
sentimientos igualmente vivos.
Cerca
de la hermosa fuente levantada en medio de la plaza Mayor, había un grupo de
jóvenes todos mestizos, que, envueltos en sus ponchos con manta de algodón de
cuadros, larga y perforada con una abertura que da paso a la cabeza, vestidos
con amplios pantalones rayados de mil colores, y cubiertos con sombreros de
anchas alas hechos de paja de Guayaquil, hablaban, gritaban y gesticulaban.
(…)
La
ciudad Lima está situada en un rincón del Valle del Rímac, y a nueve lenguas de
su embocadura. Las primeras ondulaciones del terreno, que forman parte de la
gran cordillera de los Andes, comienzan al Norte y al Este. El valle está
formado por las montañas de San Cristóbal y de los Amancaes. Estas montañas se
levantan detrás de Lima y terminan en sus arrabales. La ciudad, que se
encuentra en un lado del río, se comunica con el arrabal de San Lorenzo, que
está en la orilla opuesta, por un puente de cinco arcos, cuyos pilares anteriores
oponen a la corriente su arista triangular.
Los
posteriores ofrecen bancos a los paseantes en los que se sientan los
desocupados en las tardes de verano, para contemplar desde allí una hermosa
cascada.
La
ciudad tiene dos millas de longitud de Este a Oeste, y milla y cuatro de
anchura, desde el puente hasta las murallas. Éstas, de doce pies de altura y
diez de espesor en su base, están construidas con ladrillos secados al sol,
formados de tierra arcillosa, mezclada con paja machacada, capaces de resistir
los temblores de la tierra, bastante frecuentes en aquel país. El recinto tiene
siete puertas y tres postigos y termina en el extremo sudeste por la pequeña
ciudadela de Santa Catalina.
(…)
Lima fue en otro tiempo el principal depósito del comercio de América en el
océano Pacífico, gracias a su puerto del Callao, construido en 1779 de un modo
singular. Se hizo encallar en la playa un viejo navío de gran tamaño lleno de
piedras, de arena y de restos de toda especie, y en torno de aquel casco se
clavaron en la arena estacadas de manglares enviadas de Guayaquil e
inalterables al agua, formándose así una base indestructible, sobre la que se
levantó el muelle del Callao.
El
clima, más templado y suave que el de Cartagena o Bahía, situadas en la costa
opuesta de América, hace de Lima una de las ciudades más agradables del Nuevo
Mundo. El viento tiene allí dos direcciones invernales: o sopla del Sudoeste y
se refresca al atravesar el océano Pacífico, o sopla del Sudeste, refrescando
el ambiente con la frescura que ha recogido en los helados picachos de las
cordilleras.
(…)
Los
baños de mar de Chorrillos, encuéntrense a dos leguas de Lima. Es una parroquia
india que posee una bonita iglesia y durante la estación del calor es el punto
de reunión de la sociedad elegante limeña. Los juegos públicos, prohibidos en
Lima, están abiertos en Chorrillos durante el verano y a ellos concurren las
señoras de dudosa moralidad, que, actuando de diablillos, hacen perder a más de
un rico caballero su caudal en pocas noches.
(…)
Podemos
concluir que Ignacio Merino, describió lo más exactamente posible a nuestro
país, y que Julio Verne pudo fascinarse con un escenario que nunca conoció. Podemos
concluir también que, para Julio Verne, la inhóspita américa, contaba con
muchas tradiciones que deslumbraban y maravillaban, resultando hacer del Perú un
mundo de Julio Verne.
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