domingo, 26 de enero de 2020

JORGE LUIS BORGES

El oficio del poeta, el oficio del escritor, es un oficio raro. Chesterton dijo: “only one thing is needful, everything” (sólo una cosa es necesaria, todo). Ese todo para un escritor es más que una palabra genérica; ese todo para un escritor es literal. Representa lo capital, lo esencial, representa las experiencias humanas. Por ejemplo, un escritor necesita soledad, y consigue su parte. Un escritor necesita amor, y será amado y amante. Un escritor necesita amistad. De hecho, un escritor necesita el universo. Ser un escritor es, en un sentido, ser el que sueña despierto; vivir una suerte de doble vida.

Yo publiqué el primer libro mío, “Fervor de Buenos Aires”, en el año 1923. Este libro no fue un elogio en Buenos Aires; en cambio, yo traté de expresar cómo me sentía en relación con mi ciudad. Sé que entonces quedó en falta de muchas cosas, porque, aunque en mi casa viví en una atmósfera literaria –mi padre fue un hombre de letras- aún eso no es suficiente. Yo necesitaba algo más, que eventualmente encontré en la amistad y en la conversación literaria.

Lo que una gran universidad debería ofrecer a un joven escritor es precisamente eso: conversación, discusión, el arte del acuerdo y, lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo. Y como resultado de todo eso, es posible que llegue el momento en que el joven escritor sienta que pueda trasmutar sus emociones en poesía. Un joven escritor debería empezar, desde luego, imitando a los escritores que le gusten. De modo que el escritor se convierte en sí mismo perdiéndose a sí mismo –esa extraña forma de doble vida, de vivir en la realidad tanto como se pueda y al mismo tiempo de vivir en esa otra realidad, aquella que uno tiene que crear, la realidad de sus sueños.

Este es el propósito esencial del programa de escritura de la Facultad de Artes de la Universidad de Columbia. Hablo en nombre de los muchos jóvenes en Columbia quienes se esfuerzan por ser escritores, los muchos jóvenes que todavía no han descubierto la entonación de sus propias voces. He pasado recientemente dos semanas aquí, pronunciando conferencias ante ávidos estudiantes escritores. Puedo ver lo que estos talleres significan para ellos; puedo ver cuán importantes son para el avance de la literatura. En mi propia tierra, los jóvenes no tienen tales oportunidades.

Pensemos en los aun anónimos poetas, aun anónimos escritores, a quienes deberíamos reunir y mantenerlos juntos. Estoy seguro que es nuestra responsabilidad ayudar a estos futuros bienhechores a alcanzar ese descubrimiento final de sí mismos que hace a la gran literatura. La literatura no es un mero juego de palabras; lo que importa es lo que no queda dicho, o lo que puede ser leído entre líneas. Si no fuera por este profundo ímpetu íntimo, la literatura no sería más que un juego, y todos nosotros sabemos que puede ser mucho más que eso.

Todos tenemos el placer de la lectura, pero el escritor tiene a sí mismo el placer y la tarea de la escritura. Debemos a todos los jóvenes escritores la oportunidad de reunirse, les debemos la oportunidad de acordar o desacordar y, finalmente, les debemos la oportunidad de logar el arte de la escritura. Muchas gracias.


Apéndice de “El Aprendizaje del Escritor”.


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