martes, 18 de septiembre de 2018

ESCRITOR, NO ESCRIBIDOR



Durante gran parte del día, mientras realizo mis labores cotidianas, en el trabajo, en mi estudio, mientras conduzco mi vehículo, mientras estoy jugando en la computadora, mientras almuerzo, mientras estoy despierto, siempre se me ocurren ideas fugaces para escribir. Estos pequeños pensamientos suelen aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar, en realidad sin que lo planifique, y por supuesto, deben ser escritos inmediatamente en papel, pues al no hacerlo, suelen esfumarse sin dejar rastro. 


Me ha pasado en muchas ocasiones que estas ideas, comparables a un pequeño hilo del cual hay que jalar hasta llegar al carrete, llegaron y se fueron de manera instantánea, lo tormentoso de ello, es pensar que muy probablemente era la mejor reflexión que se me pudo haber ocurrido en años. Hace unos días, mientras estaba en el trabajo se me ocurrió una idea para el blog; sin embargo, cuando busqué mi agenda para anotarla, no la encontré pues la había olvidado en mi estudio. Ese fragmento de tiempo que usé para recordar donde estaba la agenda, fue suficiente para que la idea que irrumpía en mis actividades habituales, se esfumara. 



Las anotaciones juegan un papel importante en la vida de un escritor, pues constituye una herramienta indispensable y necesaria, justamente para ello a lo que quiere dedicarse, escribir. Así como puede venir a la mente un pensamiento imprescindible, también pueden registrarse textos totalmente memorables como los de antaño.



Una de las cosas que siempre he admirado de los autores de libros de literatura clásica es la escasa facilidad que tenían para publicar excelentes novelas que hasta ahora son consideradas ejemplos de buena literatura. Me explico: Homero escribió “La Ilíada” aproximadamente en el siglo VIII a. C, compuesta en hexámetros dactílicos, constituida por 15,693 versos y 24 cantos; no me imagino a Homero buscando en internet referencias de algo que desconocía, no, yo me lo imagino investigando y viviendo la historia que contaba. No me imagino a su editor –probablemente inexistente- corrigiendo cientos de manuscritos o rechazando párrafos por su inmensidad, no, yo me imagino a Homero escribiendo aquellas miles de páginas con sumo cuidado una y otra vez. 



Así como cité a Homero, podría citar a cualquier autor clásico existente. Podría referirme al propio dramaturgo William Shakespeare, y si somos más complacientes también a Julio Cortázar; sin embargo, la idea es simple, los escritores de antes que escribían en papel o una máquina de escribir, ejercicio podría llevarles meses, años y tal vez décadas, realizaban una revisión minuciosa y exhaustiva a sus publicaciones; solo así podrían suceder anécdotas como la del propio Cortázar y su bibliografía que empezó a publicar mucho después que empezará a escribir, ello por contar con un nivel de exigencia superior a cualquier escritor de nuestros tiempos, un autocrítico riguroso, para no arrepentirse después, sin llegar a confundirse con vanidad y suficiencia. Hoy en día, los libros se publican con mayor facilidad, muchos escritores –así no lo sean por vocación- publican de manera incesante e ininterrumpida, en consecuencia, las revisiones y correcciones suelen ser más generosas, más blandas, lo que disminuye la calidad de las novelas.



Ángel David Revilla hoy en día también es escritor -yo lo conocí solo como youtuber-. Desde que conozco su contenido siempre ha estado activo en las redes sociales; sin embargo, desde el 2015 ha publicado 4 libros, uno por año, dándose un tiempo para escribir cada uno. Sin duda, un ejemplo claro de precocidad literaria. Mario Vargas Llosa cuenta en su ensayo “El Amadís en América” que alguna vez GABO se encerró en su escritorio, provisto de grandes reservas de papel y cigarrillos, y ordenó que no lo molestaran durante seis meses. Fueron 18 meses, en realidad, amurallado en esa habitación de su casa. Cuando salió de allí, tenía un manuscrito de 1.300 cuartillas. En el canasto de papeles quedaban unas cinco mil cuartillas desechadas. Había trabajado durante un año y medio, a un ritmo de ocho horas diarias. Así se forjó la inmortal “Cien años de soledad”. En este punto solo busco diferenciar el trabajo de un escritor clásico con uno de nuestros tiempos, lejos de hacer una crítica literaria o comparar las obras de los mencionados escritores. 


Nuestra generación digital, ha revolucionado las formas de comunicación, la fluidez de la información es instantánea, sin embargo, no deben dejarse de lado las buenas practicas que enriquecen los viejos oficios. En síntesis, un escritor puede utilizar cualquier mecanismo para escribir, esto no debe relacionarse en nada al control de calidad a la que se someten los escritos.

La situación que hoy expongo no me es ajena. Dichas estas razones, quienes compartimos la pasión de escribir, debemos ser rigurosos y severos con nuestras obras, debemos utilizar como ejemplo a los grandes escritores manteniéndolos como una gran influencia, sin tentar la imitación, eso nos llevará a ser más escritores y menos escribidores.
 
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