Cuenta
La Fontaine que un león de alta estirpe, al pasar por cierto prado, vio a una
linda pastora, de la que se enamoró al instante. Esto ocurrió una mañana, y en
la misma tarde de ese día, el león estaba platicando con los padres de la
pastora y la pedía en matrimonio.
El
padre hubiese preferido un yerno menos formidable y temible. Era duro y hasta
doloroso concederle su hija a semejante bestia melenuda; pero no concedérsela
era poco seguro y hasta peligroso. Además, una negativa hubiese originado tal
vez un casamiento clandestino; y ello porque la muchacha se inclinaba por los
arrogantes y se enamoraba fácilmente de los que lucían hermosa cabellera.
El
padre no se atrevió, pues, a denegar la petición del fiero pretendiente, pero
muy sagazmente y con muchas precauciones le dijo: “Mi hija es tímida y
delicada. Si vais a acariciarla con esas garras, entonces sin duda la
lastimaréis. Dejad, pues, que os corten las uñas, y al mismo tiempo permitid
que os limen, y muy bien, los filudos dientes que tenéis. Así vuestros besos
serán dulces y suaves y no causarán daño a mi hija”. El león consintió que le
hicieran todo, tan enamorado estaba de la bella pastora.
Lo
dejaron, pues, sin uñas y sin dientes, y parecía una fortaleza desmantelada.
Entonces le soltaron una jauría de perros y el león inválido apenas pudo
defenderse. Los canes acabaron con él muy rápidamente y del Rey de la Selva
sólo quedó el recuerdo.
¡Ay,
amor! Cuando caemos en tus manos, cuando te adueñas de nosotros, bien podemos
decir entonces: ¡Adiós, prudencia, adiós, cautela, adiós, sensatez!
Un León Enamorado.
(18 de febrero del 2018).
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